Eran las 12:45 de la madrugada.
Sí, esa era la hora.
La misma en que los lunes aún duermen,
pero los cuerpos despiertos insisten en cantar la última canción de la semana que se fue.
En el Jet Set, templo de medianoches sin hora,
y vitrales de neón para los amanecientes que aprendieron a vivir como si los martes no dolieran,
la fiesta ardía.
Cincuenta años de música,
de mil amores nacidos entre tragos y bailes,
y de otros tantos disueltos por los argumentos del abogado del alcohol.
Cincuenta años de amigos, carcajadas, buenas noches y madrugadas mejores.
Y esa noche, no era cualquier noche.
Había un compromiso en el aire, una promesa en el escenario:
Lo anunciaba la promoción, lo coreaban los fans,
lo cargaba él en su garganta de trueno:
“Sobreviviré”, había dicho Rubby Pérez
El hijo de Haina, el hermano de Neify;
La voz más alta del merengue.
Llegó como quien se sabe el esperado:
chaqueta de varón, bufanda de bohemio y auriculares de vanguardia.
Sonrisa firme, como diciendo a todos: aquí está el que hacía falta!
Y cuando silbó en el pasillo, pareció silbar el universo:
Tronó el saludo, vibraron los cuerpos, chocaron las palmas…
Y entonces…
La jornada apenas iniciada, pletórica de tanta vida, colapsó.
Un crujido.
Un susurro grave desde las entrañas del concreto.
Un acto sin aviso.
Un derrumbe sin clemencia!
¿Acaso fue su voz surcando el cielo lo que hizo a la tierra ceder?
¿Fue demasiado prometer “sobreviviré”?
Armazones de cemento…
y unas barrillas cobardes que nunca aprendieron a bailar ni a cantar,
empezaron a beberse el aire del salón, a robarle el aliento a la música, a sepultar la promesa.
Desde entonces todo fue grito, polvo, silencio.
El canto se hizo eco,
la vida se detuvo bajo los escombros;
las oraciones quedaron suspendidas
y las esperanzas disipadas.
Las noticias, de tan grises, se volvieron suspiros partidos:
Rubby no sobrevivió, no porque no quiso,
el pobre no pudo.
La canción quedó sin voz,
la pista sin pasos;
el cielo, más lleno
y nosotros, todos nosotros, más vacíos.
Hoy, la patria entera viste duelo:
Primero por tres días, luego por seis; pero en el alma, por siempre.
No se ha ido solo Rubby; con él, madres, padres, hijos, amigos, parejas, colegas, soñadores.
Gente de todas las clases sociales que solo quiso bailar un rato,
que pagó con la eternidad el costo de unas horas merecidas.
Y aún nos atrevemos a decir que entendemos la vida y la muerte…
Qué va…!
Por Roberto Fulcar
En memoria de Rubby Pérez
y de todas las personas que perdieron la vida
en la dolorosa tragedia del Jet Set,
de los que en otra dimensión, ahora cantan a coro con Ruby:
“Volveré”.